Cuando confesamos nuestros pecados y mostramos arrepentimiento, la sangre de Cristo nos limpia, nos purifica y tiene el poder para deshacer toda obra de maldad.
Gracias al sacrificio de nuestro Señor Jesucristo todos nuestros pecados pueden ser perdonados y podremos alcanzar la salvación.
La preciosa sangre del Salvador del mundo nos redime del castigo eterno, además nos purifica para servir al Dios vivo, y vivir alejados del pecado del mundo.
Al derramar su sangre por nosotros Él nos separa del pecado a cuantos lo aceptamos en nuestro corazón, perdonando nuestras transgresiones y convirtiéndonos en nuevas criaturas.
Es por esta razón que los hijos de Dios podemos vivir confiados y recibiendo sus bendiciones, con la fe puesta en esa promesa de vida eterna.
La biblia nos muestra que la paga del pecado es la muerte y es por eso que por el gran amor que Dios nos ha demostrado al dar a su amado hijo a salvarnos, tenemos la oportunidad de vivir eternamente.