La promesa que Jesús nos dejo fue que nos dejaría un consolador y eso lo comprobamos cada vez que sentimos la presencia del Espíritu Santo, que tiene el poder de transformar nuestra vida.
Esto es la presencia continua de Dios en nuestro diario vivir, nos proporciona la paz y seguridad de que no estamos solos.
Los frutos del Espíritu Santo son la paz, el amor, la mansedumbre, gozo, paciencia y otras características de confianza que resultan de permitir que sea El quien dirija nuestro actuar.
Cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y confiamos plenamente en El, aprendemos a practicar el amor, la justicia y vivir siempre caminando con fe.
Por lo tanto, vivir confiando en Dios y guiados por su Santo espíritu nos garantiza que cambiara nuestro lamento en gozo, y cada obstáculo será vencido.
Además, es este espíritu de Dios el que nos hace sentir una profunda confianza, de obedecer sus mandamientos y de vivir buscando hacer su voluntad.